Pocos libros me han marcado tanto en mi vida como Sinuhé el egipcio de Mika Waltari, muy pocos. Tuve la suerte o la desgracia de leerlo muy jovencito, tal vez con trece o catorce años, y fue en ese momento cuando el escarabajo egipcio se me metió bajo la piel y contaminó mis venas, consiguiendo, no solo que anduviese años obsesionado con el antiguo Egipto (aún sigo estándolo en cierta medida), si no que orientase mi vocación estudiantil a la Historia. En esos días yo tenía claro que lo que más me interesaba era la Biología, así, en términos generales, pero el maldito Sinuhé me convenció de tal modo que la Arqueología comenzó a instalarse con una inusitada violencia en mi cerebro. Unos años después era licenciado en las especialidades de Arqueología e Historia Antigua, y toda mi vida profesional quedaría vinculada al Patrimonio Cultural. En fin. Todo (o casi todo), por una novela.
Mika Waltari (1908-1979) es quizás el más célebre escritor que haya alumbrado Finlandia, o al menos uno de los más internacionales. Escribió poesía, teatro, guiones, artículos…, pero popularmente se le asocia a la novela histórica, y gran culpa de ello la tiene su obra más conocida, Sinuhé el Egipcio, publicada originalmente en 1945.
Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza en la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros.
Así empieza esta magnífica novela escrita en primera persona en la que un médico del antiguo egipcio relata sus peripecias durante el reinado de Akenatón o Amenhotep IV, quien gobernó aproximadamente entre los años 1352 al 1335 antes de Cristo. El joven Sinuhé se enamora de una cortesana que a la postre le causará la ruina (hasta pierde la sepultura de sus padres, cuestión ésta dramática para un egipcio), lo que le lleva a emprender un maravilloso viaje por Egipto, pero también por Mesopotamia, Creta y Asia Menor. En sus páginas se suceden personajes que quizás estén demasiado radicalizados en su personalidad (malos muy malos y buenos muy buenos) pero que enganchan muy bien con el lector: el leal Kaptah, la malévola Nefernefernefer, la adorable Minea (de la que me enamoré perdidamente)…, e incluso otros personajes históricos como el propio Akenatón, Nefertiti, el general Horemheb o un joven Tutankamón pintado como un niño obsesionado con la muerte. Es conveniente, no obstante, destacar que el tratamiento de esos personajes históricos obedece en gran medida a meras licencias narrativas. Y es que la obra se escribió con los conocimientos que se tenían en su tiempo sobre el antiguo Egipto, rellenado los huecos del puzle con inventiva, lo que hace que muchos de los hechos que relata hoy deban ser matizados y no tomados al pie de la letra. Pero como obra de ficción, narrativamente es magnífica.
Os dejo algunos fragmentos de los muchos que se podrían entresacar (aquí tenéis un enlace a la novela en PDF):
La verdad es un cuchillo afilado, la verdad es una llaga incurable, la verdad es un ácido corrosivo. Por esto, durante los días de su juventud y de su fuerza, el hombre huye de la verdad hacia las casas de placer y se ciega con el trabajo y con una actividad febril, con viajes y diversiones, con el poder y las construcciones. Pero viene un día en que la verdad lo atraviesa como un venablo y ya no siente más el júbilo de pensar o trabajar con sus manos, sino que se encuentra solo, en medio de sus semejantes, y los dioses no aportan ningún alivio a su soledad.
Algunas veces las mujeres me traían a sus hijos, y si las madres estaban delgadas y sus hijos débiles, con los párpados devorados por las moscas, enviaba a Kaptah a comprarles carne y frutas y se los regalaba, pero de esta forma no me enriquecía y al día siguiente, delante de mi puerta, me esperaban cinco o seis madres con sus hijos y yo no podía recibirlas y tenía que ordenar a mi esclavo que les cerrase la puerta y las mandase al templo donde, los días de los grandes sacrificios, se distribuía entre los pobres los restos de lo que dejaban los sacerdotes, ahítos.
Tus palabras son como un zumbido de moscas en mis oídos.
A primera hora me fui a casa de Nefernefernefer, pero dormía todavía y sus servidores también, de manera que me insultaron y me arrojaron agua sucia cuando los desperté. Por esto me senté en el umbral como un mendigo hasta el momento en que oí ruido de voces en la casa.
Nefernefernefer estaba tendida sobre su cama con el rostro pequeño y delgado y los ojos turbios todavía por el vino.
-Me molestas,Sinuhé -dijo-. Verdaderamente me molestas mucho.
Siendo ya faraón, eres cuerdo al pensar ante todo en tu tumba, Tut; eres más cuerdo de lo que te figuras. Pero debes cambiar de nombre. Tutankhatón desagrada al sacerdocio de Amón. Que tu nombre sea Tutankhamón.
En cuanto a los hombres que habían bajado de sus carros delante de Ghaza para saquear un campo hitita contra la orden de Horemheb fueron todos muertos, y sus cabezas cortadas y clavadas en pértigas hicieron durante largo tiempo muecas contra los muros de Ghaza y su piel sirvió para fabricar sacos y bolsas, porque los hititas son muy hábiles en este género de trabajo manual.
En Sinhué, Waltari estableció las claves de la novela sobre el antiguo Egipto, de modo que un alto porcentaje de obras sobre el tema escritas aún en la actualidad repiten los esquemas narrativos o el tratamiento de la Historia casi a pies juntillas. Esto no deja realmente de ser un problema, porque siento especial hartazgo hacia las novelas históricas ambientadas en Egipto. A veces tengo la sensación de estar releyendo Sinuhé con otros personajes o en otros reinados, pero el mismo libro, eternamente.
Aún así, de vez en cuando leo novelas ambientadas en el antiguo Egipto. Pero, eso sí, solo en verano.