El mozárabe, o cómo una novela histórica puede tenerlo todo… menos alma

Hace un tiempo, alguien me habló con entusiasmo de El mozárabe, de Jesús Sánchez Adalid (2010). Poco después, me crucé con varias reseñas que la colocaban entre lo mejor de la novela histórica española. Y aunque suelo desconfiar de palabras como “imprescindible”, “magistral” o “obra cumbre”, reconozco que piqué. Más que nada porque estoy escribiendo una novela ambientada en esa misma época —la frontera del siglo X, con sus tensiones políticas, su violencia latente y su espiritualidad diversa— y me interesaba ver cómo otros autores la han abordado desde la ficción.


La premisa era prometedora: un cristiano en la Córdoba califal, un mundo multicultural en ebullición, la poderosa figura de Almanzor creciendo en el horizonte… Una novela que parecía tenerlo todo, y resultó que no tenía nada.


La prosa es correcta —nada que objetar—, pero se desliza sin pulso narrativo. Los personajes, especialmente Asbag, el protagonista, parecen más figuras alegóricas que seres humanos. Todo es luminoso, correcto, bienintencionado… y profundamente plano. Asbag no evoluciona: predica. Y quienes le rodean no dialogan: declaman pensamientos más o menos elevados, sin lograr ni un solo momento que haga que el espectáculo narrativo resulte creíble.


Luego está el asunto del ritmo. Hay novelas largas que uno no quiere que terminen, y otras que podrían haberse resuelto en 200 páginas sin que nadie lo lamentara. Aquí hay encuentros intrascendentes desarrollados a lo largo de decenas de páginas, y largos viajes que se solucionan en un par de párrafos. Claro que hay una fuerte carga de documentación —y es de agradecer ese esfuerzo del autor—, pero lo que no hay, por mucho que digan algunos críticos, es una buena novela histórica. Resultaría de mayor interés acudir directamente a un libro de historia.


Lo intenté dos veces. Con interés, con respeto, incluso con esperanza —a lo mejor no es la novela, soy yo—, pero ambas veces me quedé a la mitad, con la sensación de que la obra no quería contarme una historia, sino aleccionarme.
Y eso es lo que me enfada, en el fondo. Que novelas como El Mozárabe sean las novelas históricas que triunfan. Que se celebre como modelo una narrativa inofensiva, sin aristas, con personajes planos, innecesariamente sentimentales… Para mí, la novela histórica es otra cosa: es conflicto, es duda, es tensión humana. No basta con ambientar bien. Hay que hurgar en lo incómodo, poner al lector ante el espejo del pasado y, si se puede, hacerlo temblar un poco.


Lamentablemente, son ya varias las novelas históricas con las que me he cruzado últimamente que me merecen la misma o peor opinión. Solo soy un escritor de novela histórica. Seguramente sea yo quien está equivocado.

Aquí daba algunos consejos para escribir novela histórica.

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