Hay un tipo de lector que huele un error histórico a tres párrafos de distancia. Que puede emocionarse con la descripción de un castillo, una moneda o un arma de la Edad del Bronce. Que tiene una lista mental (o física) de reyes, papas, herejes y exploradores preferidos. Ese lector no necesita viajar al pasado: lo lleva puesto.
Sí, hablamos del lector de novela histórica. Ese sujeto maravilloso, curioso, detallista y un poco —solo un poco— obsesivo. ¿Quieres saber si tú (o alguien que conoces) pertenece a esta noble estirpe? Aquí tienes las señales que no fallan.
No le basta con leer: necesita saber si eso de verdad pasó
Un lector de novela histórica no termina un capítulo sin preguntarse: “¿Pero esto es real o se lo ha inventado el autor?”. Y no se queda con la duda. No. Lo busca. Lo contrasta. A veces, incluso se enfada si el escritor se ha tomado demasiadas licencias. O se emociona si descubre que el personaje secundario que parecía anecdótico… ¡existió! Como ese viajero inglés del siglo XVII que aparece en tres páginas y que, tras una rápida búsqueda, resulta que sí, que estuvo en Ávila (ver El infante de la sonrisa triste).
Sí, el lector de novela histórica no lee solo por entretenerse: lee para entender el mundo, y eso implica no quedarse en la superficie.
Tiene más mapas que marcadores
Ya no hablamos de mapas de metro o de rutas de senderismo. Hablamos de mapas antiguos, cartografía medieval, planos de ciudades desaparecidas, atlas históricos y hasta esquemas de batallas. Este lector necesita ubicarse literalmente en la historia (¡diablos, como molan los mapas!).
Puede que estés leyendo una novela ambientada en la Hispania prerromana y de repente… pausa. “¿Dónde está exactamente Pintia (ver Por el honor de los vacceos)? ¿Y qué queda de ella hoy?” Y ahí va el lector, abriendo Google Maps con entusiasmo, ampliando fotos satelitales…
Si ves a alguien con el dedo sobre un mapa mientras sostiene un libro abierto… no lo dudes: lector de novela histórica.
Ama los apéndices, notas del autor y bibliografía tanto como la trama
Otros lectores cierran el libro al leer “Fin”. El lector de novela histórica, no.
Él vive para ese epílogo donde el autor confiesa qué fue real, qué fue ficción y por qué tomó ciertas decisiones. Si además el libro tiene una lista de fuentes consultadas… doble emoción.
“¿Te has leído las notas del autor?”
“¡Por supuesto! ¿Y tú viste que la batalla del capítulo 12 realmente ocurrió en el 734 y no en el 736, como se creía hasta hace poco?”.
Esa conversación ocurre. Créeme.
Puede citar datos históricos en cualquier conversación informal
Cena con amigos. Tema: series. De repente, alguien menciona que ha empezado a ver una sobre los vikingos.
Y ahí entra el lector de novela histórica, con una sonrisa: “¿Sabías que los vikingos no llevaban yelmos con cuernos, que eso fue una invención del siglo XIX…?» Y sigue. Y no molesta, porque lo cuenta con pasión. Pero todos saben que si sale un tema mínimamente relacionado con el pasado, él o ella va a intervenir.
Tiene autores fetiche que son casi figuras de culto
Santiago Posteguillo, Lindsey Davis, Pérez-Reverte, Álber Vázquez, José Luis Corral, Falcones, Yeyo Balbás, Eslava Galán… No hace falta decir más. Los lectores de novela histórica tienen a sus autores favoritos organizados por época, estilo, continente y rigurosidad.
Y ojo: si descubren que tú también lees a alguno de ellos, se activa el protocolo de camaradería histórica: “¿Posteguillo? ¿Roma soy yo o Yo, Julia?
Tarda más en leer… pero saborea más
El lector de novela histórica no corre. Saborea. Retrocede para releer una descripción de una catedral, de una batalla, de una escena de mercado. Se detiene en los diálogos cuando un personaje usa una expresión antigua. Se imagina el olor del barro, el crujir del cuero, el sabor de la tibia cerveza egipcia.
Mientras otros terminan tres thrillers, él o ella sigue en la página 247 de esa novela de 700 páginas ambientada en el siglo XVI… y feliz.
Confunde recuerdos de ficción con clases de historia
A veces no recuerdan si algo lo aprendieron en clase o lo leyeron en una novela. Que Carlos III era un hombre de gustos frugales, ¿se contaba en El alquimista entre las fuentes?
No importa. Lo importante es que ahora lo saben. Y lo que saben no se olvida.
Le dan importancia a los pequeños detalles
Un cinturón de cuero, una frase en latín, una superstición popular, un gesto al santiguarse… El lector de novela histórica nota esas cosas. Y si el autor se las salta o las resuelve de forma muy contemporánea, se lo apunta. No por pedantería, sino porque siente que la historia merece respeto.
Si en una novela que transcurre en el siglo X en Castilla (permitidme no decir el título ni el autor) uno de los personajes se refiere a una aldea como un «patatal»… no sé, nos chirría que se mencione algo relacionado con los americanos tubérculos quinientos años de Colón… En ese momento, algo se rompe en la relación entre autor y un buen lector de novela histórica. La confianza se resiente, y ya nos nos creeremos con tanta alegría el resto de detalles que nos ofrezca.
Valora el conflicto humano por encima de la épica
Aunque disfrute de batallas, conspiraciones, reinos y cruzadas, lo que realmente lo atrapa es lo humano: la duda del monje que oculta un secreto, la lucha interior del soldado que no cree en la guerra que libra, la mujer que desafía las normas de su tiempo…
El lector de novela histórica sabe que las grandes historias no están hechas solo de fechas, sino de decisiones personales. Y busca novelas que lo conmuevan, no solo que lo informen.
Siempre quiere más
No termina una novela histórica sin pensar: “¿Qué más puedo leer sobre esta época?” Y entonces empieza a buscar otras novelas, ensayos, documentales, podcasts… Porque el lector de novela histórica es, ante todo, curioso. Sabe que nunca se llega al final del pasado. Y eso lo hace feliz.
¿Y tú?
Si te has sentido reflejado en tres o más de estas señales, lo siento: eres parte del gremio. Y si no… aún estás a tiempo de caer en esta maravillosa adicción. Solo hace falta un libro bien documentado, un personaje que te lleve de la mano… y ya no querrás salir del siglo XIII.
La buena noticia es que este tipo de lector no está solo. Somos muchos. Y cada vez más. Leemos para entender, para imaginar, para viajar. Leemos porque sabemos que la historia no es una serie de fechas muertas, sino un gran relato humano.