La Historia os juzgará

A estas alturas ya no tiene sentido siquiera intentar describir la situación en Gaza ni el dolor insoportable que provoca. Según la relatora de la ONU sobre Palestina, posiblemente ya hayan muerto allí 680.000 personas, y mientras tanto, demasiados ojos se apartan, demasiadas bocas se llenan de excusas y demasiadas manos se cruzan, como si la inacción pudiera salvarlas del juicio que se avecina.

Ya es tarde para alzarse contra el asesinato de los palestinos con discursos tibios. El tiempo de hacerlo contundentemente era ayer, cuando aún se podía impedir la masacre. Ahora, lo único que queda es el peso de la culpa: esa losa que caerá sobre gobiernos, opinadores de sofá, cómplices activos y cómplices por omisión.

La Historia es el juez más implacable. Claro que muchos la manosean, que los poderosos y sus leales vasallos escriben y reescriben relatos a su conveniencia, pero los hechos son los hechos, por mucho que se disfracen. Eso lo he visto con inequivoca claridad en excavaciones arqueológicas y en viejos documentos. La Historia siempre acaba señalando a los culpables, y os apuntará a vosotros: dirigentes que dudáis, que justificáis, que aplaudís cada muerte; ciudadanos que os creéis inocentes mientras sostenéis con vuestro voto y vuestra indiferencia a los verdugos.

Dentro de quinientos años, si este circo de planeta se mantiene en pie, vuestros nombres seguirán ahí, inscritos en el recuerdo de la ignominia. Estaréis señalados en los libros, en las memorias, en las conciencias. Porque la Historia no olvida: juzga, condena y sentencia.

Cada día lloramos ante cadáveres envueltos en sábanas, cuerpos diminutos alineados en morgues improvisadas, madres que cargan con sus hijos muertos con la misma delicadeza con la que ayer los arrullaban, huérfanos que buscan entre los escombros a sus padres. Y, sin embargo, demasiados dirigentes políticos prefieren mirar hacia otro lado, convencidos de que el horror no manchará sus manos si simplemente no lo nombran. Se equivocan. La indiferencia es complicidad y no hay grados en la responsabilidad moral. Son culpables los que asesinan y bombardean, también los que callan, los que justifican, los que estrechan manos manchadas de sangre, los que hacen equilibrios diplomáticos para no incomodar a los poderosos. Y lo son, del mismo modo, los ciudadanos de a pie que aplauden, que repiten las consignas de periodistas y creadores de opinión dóciles y miserables.

Cuando la Historia llegue, ninguno estaremos ya aquí, pero nuestros nombres permanecerán. El mundo entero ve, escucha y registra cada día, y la Historia no absolverá a los que sabían y callaron. Unos por omisión de auxilio, otros por apoyar activamente a los verdugos, otros por no hacer todo lo que pudieron hacer: nadie quedará libre de responsabilidad. Porque el sufrimiento humano no admite la comodidad de la neutralidad.

El futuro, cuando mire hacia este presente absurdo y cruel, será implacable. No habrá equidistancias posibles. Igual que hoy resulta indecente justificar a los verdugos del pasado, mañana será indecente justificar a los verdugos de hoy. No habrá lugar para matices ni para discursos tibios. Solo quedará la certeza de que hubo quienes mataron, quienes murieron, quienes callaron y quienes resistieron. Y entonces, como siempre, quedará la pregunta: ¿de qué lado estuviste? Porque la Historia es la memoria de los pueblos, es la conciencia de las generaciones futuras, es el espejo donde un día inevitablemente nos miraremos. Y ese espejo ya está empañado con sangre.

Hoy seguimos llorando a niños muertos, mientras estúpidos, malvados e ignorantes niegan lo evidente. Mientras se esconden en eufemismos y diplomacias ridículas, sin comprender —o sabiéndolo perfectamente— que la barbarie es aterradoramente simple, que el resto es pura mezquindad.

Malvados, ya estáis señalados por la Historia. Vivid con eso.

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