Hay un momento en que una novela se convierte en una especie de relación tóxica. La miras en la mesilla, la cambias de sitio, te promete emociones, aventuras o sabiduría… pero nada. La chispa no está.
Y tú, que te consideras un lector leal, sigues dándole oportunidades, como si en la página 137 todo fuera a mejorar milagrosamente. Pero no, no pasa nada. Es como aquellas noches de juerga en las que no te ibas a casa “por si pasaba algo”. Seamos sinceros: nada bueno suele ocurrir más allá de las tres de la mañana.
A veces un libro simplemente no encaja contigo. Ni tú con él. Como escritor de Valladolid, acostumbrado a pasar horas rodeado de novelas históricas, narrativa contemporánea o cualquier otro género literario, confieso que también he abandonado más de una lectura. Y al principio me sentía culpable, como si estuviera traicionando a la literatura.
Hasta que entendí algo básico: leer no es una obligación moral, sino un acto de placer —intelectual, estético o incluso físico—. Y cuando el placer desaparece, lo único sensato, en este caso, es dejar de pasar página.
Por eso, si estás dudando, aquí tienes mis cinco señales infalibles de que ha llegado el momento de cerrar ese libro y dejarlo marchar sin remordimientos.
1. Lo ves cerrado y no te apetece abrirlo
No hace falta más análisis. Si el libro lleva una semana cerrado, esperándote, y tú encuentras cualquier excusa para no tocarlo —o lo engañas con otra novela—, el veredicto está claro.
Si no disfrutas de ese momento precioso en que, ya en la cama, abres la novela antes de que te gane el sueño, déjalo.
Un buen libro tira de ti; uno malo se deja empujar. Y si ni empujándolo logras abrirlo, es que la historia ya se ha quedado atrás.
2. Lees el mismo párrafo tres veces y sigues sin saber qué demonios ha pasado
La frase es preciosa, la prosa exquisita, los adjetivos abundan. Pero llegas al final del párrafo y no recuerdas quién hablaba ni de qué. Cuando la lectura se convierte en un ejercicio de resistencia… apaga y vámonos.
No todos los libros difíciles son profundos; a veces, simplemente, están mal contados. Y si el autor no se ha esforzado por guiarte, no tienes por qué hacer tú de guía. A lo mejor no eres el mejor lector del mundo, pero el simple hecho de escribir un libro no convierte a nadie en buen escritor. Vamos, que igual no es culpa tuya.
3. Te sorprendes pensando en otra cosa
Lees, pero en realidad estás en otro sitio. Tu mente se escapa hacia la lista de la compra, la reunión del lunes o el partido del domingo. Si cada página te devuelve al mundo real en lugar de alejarte de él, es que ese libro no tiene poder de evasión, simplemente no estás dentro, no formas parte de él. Y la lectura sin evasión es como el café descafeinado: cumple la forma, no la función.
4. No te importan los personajes ni lo que les pase
Sin medias tintas. Te irritan, te sobran, y si mañana un rayo cayera sobre todos ellos, ni pestañearías. Pero es que, además, no te interesa el argumento, ni el tiempo ni el lugar en que ocurre. Si a la protagonista le pasan cosas horribles y no eres capaz de sentir ni un mínimo esbozo de empatía, está claro: ¡deja el libro ya!
5. Lo estás leyendo solo porque “deberías”
Esto es lo peor, porque son otros los que están decidiendo por ti. Lees un libro porque ganó un premio, porque el autor es de relumbrón, porque todo el mundo lo recomienda o porque alguien te dijo que te iba a encantar. Pero tú no estás leyendo: estás cumpliendo. Y cumplir con los libros es el camino más rápido para dejar de amar la lectura. No hay canon, club ni algoritmo que justifique el tedio.
En resumen
Si tu lectura cumple una de estas señales, deja esa novela sin contemplaciones. No te sientas culpable: hay demasiados libros esperándote y muchos por descubrir. A lo mejor ese libro no es para ti, o quizás tú no eres para ese libro. O simplemente, no es el momento. Y eso está bien. Porque leer, al fin y al cabo, no es una carrera de fondo, sino una forma de vida. Y en la vida, como en las novelas, hay que saber cuándo cerrar un capítulo y abrir otro.
En mi caso, son cincuenta las páginas de cortesía que concedo. Ni una más.