Cómo reconocer a un mal escritor de novela histórica

Guía irónica, útil y necesaria para sobrevivir entre tópicos históricos, latinajos mal puestos y bobadas sin sentido histórico.

¿Te apasiona la novela histórica pero últimamente has leído libros que te han dejado con cara de “¿pero esto qué es?”? ¿Te han recomendado una historia “imprescindible” que resultó ser un desfile de tópicos, personajes planos y documentación digna de Wikipedia? Tranquilo. No estás solo.

Como escritor de novela histórica en español, con tres novelas publicadas y una cuarta a punto de salir del horno, he leído mucho. Muchísimo. Y, créeme, uno desarrolla cierto olfato. Hoy vengo a compartir contigo —sin pelos en la lengua— cómo detectar a esos malos escritores de novela histórica que empañan un género que merece respeto, profundidad… y un poquito de arte narrativo.

Esto no es una caza de brujas. Es una defensa del lector, de la Historia y de la literatura.

1. El que escribe como si viviera en el siglo XXI (pero con espadas)

Primer signo inequívoco: los personajes hablan como si acabaran de salir de una reunión de marketing. El caballero templario que suelta frases tipo “tenemos que optimizar recursos” o “necesitamos una estrategia integral para defender Jerusalén” es un clásico del mal escritor histórico.

El problema aquí no es solo lingüístico: es conceptual. Un personaje del siglo XIII no puede pensar ni hablar como uno del XXI. No conocía la psicología moderna, ni el feminismo, ni el relativismo moral. El buen escritor se mete en su piel; el malo mete al personaje en la suya.

2. El que cree que documentarse es mirar la Wikipedia durante una hora

La documentación es la base. Pero no basta con saber que en 1492 Colón zarpó o que en Roma llevaban togas. El mal escritor se queda en la superficie: tira de tópicos, repite errores comunes y rellena los vacíos con clichés de cine.

Te lo digo desde la experiencia. Para ambientar mis novelas he tenido que sumergirme en documentos antiguos, mapas, tratados y obras especializadas. Y soy de los que defiende que no hace falta ser erudito para escribir, pero sí respetar la inteligencia del lector.

¿Quieres detectar a uno de estos autores? Fíjate en los detalles: si todos los soldados son brutos, todos los nobles arrogantes y todas las mujeres “rebeldes para su época”, desconfía.

3. El que llena páginas de batallas pero no sabe cómo se organizaba un ejército

Este es un clásico. El escritor que cree que la novela histórica es una sucesión de guerras, emboscadas y asedios… pero no tiene ni idea de cómo funcionaban.

Olvida que había logística, jerarquías, armas con muchas limitaciones. Lo suyo es un videojuego medieval con armaduras brillantes y espadas mágicas.

Una buena novela histórica no necesita una batalla cada diez páginas. A veces una cena, una misa o un encuentro entre dos personajes puede decir mucho más si está bien contado.

4. El que convierte la historia en una excusa para soltar sermones

Hay escritores que usan la novela histórica como trampolín para soltar su ideología de forma burda. Ya sea política, religiosa o social, el mensaje se impone a la historia. Y lo peor: lo hacen con la sutileza de un catapulta romana.

No confundamos profundidad con panfleto. Puedes tratar temas serios —yo mismo lo hago en mis novelas—, pero desde el contexto, el respeto y la complejidad. El mal escritor te grita sus ideas en cada página. El buen escritor te deja pensar por ti mismo.

En relación con esto hay otro espécimen igual de peligroso: el escritor rencoroso con disfraz de historiador. Ese que no escribe una historia ambientada en el siglo XVII, sino un panfleto para contarte lo mucho que odia a los políticos actuales, a los jóvenes, a los impuestos o al vecino del quinto.

Camufla su opinión con un escenario histórico, pero la trampa es evidente: todo está pensado para reforzar su discurso ideológico. Da igual si está hablando del califato de Córdoba o de los Reyes Católicos: el verdadero protagonista es su enfado personal con el presente. La novela histórica debe invitar a reflexionar, claro, pero desde la historia, no desde la queja disfrazada. Un autor no puede escribir con rencor. Porque eso se nota. Y huele mal.

5. El que quiere impresionar con palabros

“Ella descendió por la escalinata del triclinium hasta el borde del impluvium donde el viejo equites esperaba con el thyrsus”.
¿Perdón?

El mal escritor cree que para parecer culto tiene que atiborrar el texto de términos raros, en latín, griego o castellano medieval. El resultado: un lector que necesita diccionario y pastillas para el dolor de cabeza. Que no digo que no se utilice, ojo, es muy recomendable cuando son necesarios, no como adorno. El lenguaje debe ser rico, sí, pero también claro. Al final, el lector está ahí para emocionarse, no para hacer un examen de filología clásica o aprender antiguo egipcio.

6. El que no desarrolla personajes

Esto es ley: si no hay buenos personajes, no hay buena novela histórica. Ni histórica, ni de ningún tipo.

El mal escritor crea figurines: el noble valeroso, el traidor retorcido, la campesina inocente. Todos planos, todos previsibles, todos olvidables. Da igual en qué época estén: si no evolucionan, si no tienen conflicto interior, si no sangran ni dudan… no te importan.

En mis novelas, desde El infante de la sonrisa triste hasta la que pronto verá la luz, intento que los personajes no sean peones de la historia, sino su motor emocional. Porque sin alma, la historia es cartón piedra. Otra cosa es que yo lo consiga…

7. El que pone la trama por encima del rigor

Otro error común: inventarse lo que haga falta para que la historia “quede bien”. Reinas que mandan como presidentas, tarbernas del siglo XI que parecen Starbucks, castillos con más pasadizos que los de las pelis de Disney… Todo sea por el espectáculo.

Claro que la ficción permite licencias, pero deben ser coherentes con el mundo narrativo. Si todo vale, el lector pierde la confianza. La novela histórica debe equilibrar narración y fidelidad, como un equilibrista entre dos torres.

8. El que copia sin alma

Esto es triste pero pasa: autores que repiten fórmulas de éxito sin aportar nada nuevo. Imitan estilos, tramas, incluso portadas. Creen que basta con ponerle una catedral a la portada y hablar de un “manuscrito maldito”. Venga, un poco de esfuerzo, el lector merece -desea- que el novelista tenga voz propia.

9. El que cree que una novela histórica es una tesis con nombres

Este es otro perfil clásico del mal escritor: el erudito sin alma narrativa. Se ha leído cien libros de historia, y coge un poco de este u otro poco de aquel, y hala, carretera y manta. Claro, luego el lector abre la novela y… no pasa nada. Los personajes son marionetas que solo están ahí para soltar datos. La trama, un desfile de fechas. El lector se ahoga en páginas que parecen sacadas de un ensayo con disfraz de novela.

Una buena novela histórica no es un tratado académico. Puede tener profundidad, rigor y datos, claro que sí. Pero sin conflicto, sin tensión, sin alma… solo tienes un manual encuadernado.

Entonces… ¿cómo reconocer a un buen escritor de novela histórica?

Después de tanto escarnio, vamos con lo positivo. El buen escritor de novela histórica:

  • Respeta el pasado sin juzgarlo con ojos modernos.
  • Investiga hasta el último detalle… y luego lo narra con naturalidad.
  • Crea personajes complejos, contradictorios, vivos.
  • Tiene estilo propio, no copia moldes.
  • Cuenta una historia que atrapa, emociona y deja huella.

Y si además es de Valladolid, mejor que mejor ; )

Conclusión: El lector tiene la última palabra

En un mundo donde se publica tanto y tan rápido, es fácil caer en trampas. Pero el lector no es tonto. Puede oler la impostura, el descuido, la pereza, la soberbia.

Por eso es tan importante defender el género con rigor, pasión y autocrítica. La novela histórica no es un decorado: es una puerta al pasado que merece ser abierta con respeto y talento.

Yo seguiré escribiendo desde mi tierra —Valladolid— historias que mezclen verdad, emoción y misterio. Y ojalá que tú, como lector, sigas exigiendo calidad. Porque al final, la historia es cosa de todos… y la buena literatura, también.

Comparte el artículo en...

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp
LinkedIn