En casa Cristo

La prensa suele ser especulativa por definición cuando de arqueología se trata, porque no siempre los resultados que los excavadores ofrecen abiertamente a través de un medio de comunicación son lo suficientemente jugosos como para captar la atención del lector, oyente o espectador. Y es que, para desesperación de los periodistas, lo normal es que el proceso arqueológico sea demasiado prosaico para  competir con los contenidos con que los medios nos bombardean cada día. Les contaré un secreto: las catas no están repletas de oro ni los excavadores son Harrison Ford (al menos por lo general). Esta es la realidad y no pasa nada, incluso siendo tan prosaica, es muy emocionante.

Por eso, cuando en diferentes medios pude leer ―con los ojos como platos, imagínense― que se había descubierto la casa que habitó Jesús de Nazaret ―ni más ni menos―, fue obligado detenerse a determinar de dónde procedía tan singular noticia, porque de ser cierta, el lugar podría convertirse en centro de ferviente peregrinación para miles de millones de fieles de diferentes credos.

El arqueólogo británico Ken Dark, de la Universidad de Reading y director del Nazareth Archaeological Project, ha publicado recientemente (principios de 2015) un artículo en el que detalla las conclusiones tras una campaña de investigación en la ciudad de Nazaret, concretamente en dos viviendas de comienzo de la Era y, por lo tanto, coincidentes en el tiempo con el periodo de la infancia de Jesús en Galilea. Estas viviendas rupestres ya se conocían desde finales del siglo XIX cuando se realizaron obras para la construcción de un convento, e incluso se rescataron por parte de un equipo de monjas, obreros y niños de la escuela cierta cantidad de buenas piezas arqueológicas que llegaron a ser expuestas. A partir de entonces, y salvo un transitorio interés por parte del jesuita francés Henri Senès en 1936, nadie volvió a preocuparse del lugar hasta 2006 cuando su difusa existencia llega a oídos del equipo del proyecto británico.

Las primeras investigaciones indicaron que aquellas viviendas eran propias de la cultura judía, ya que se encontraron restos de «probables» vasos de caliza, recipientes que no están sujetos a la impureza, según esta religión, y se apreció la ausencia de cerámica de factura romana, algo que remitía a la poderosa resistencia identitaria hebrea propia del área de Nazaret. Es decir, se puede determinar que los habitantes de estas casas-cueva en el siglo I eran judíos, a pesar de que la ausencia de cerámica romana, a mi humilde entender, signifique bien poco, y esos «probables vasos de caliza», aún menos.

¿Esto es suficiente como para aseverar sin empacho que era la casa en la que vivió Jesús de Nazaret? Evidentemente, no. El propio Dark juega al despiste de una forma un tanto inconsciente y responde afirmativamente a la pregunta de si es posible que la casa perteneciera a la familia de Jesús. Luego parece recular, gracias a Dios, y dice que no posee un alto grado de certeza al respecto, pero lo remata lanzando una piedra: «No hay ninguna buena razón arqueológica para descartar tal identificación». ¡Olé, olé, ole!

Desconozco las razones y los pormenores del proyecto, y si esto no será parte de una campaña de difusión que permita lograr los fondos precisos para seguir trabajando, pero, aunque así fuera, no es ello justificación razonable en una materia que se ampara en los hechos como herramienta de trabajo. No olvidemos que, hasta donde yo sé, en Arqueología, como en casi cualquier disciplina (salvo en política), se trata precisamente de razonar una hipótesis que se tiene por probable, no de plantear imprecisamente una idea al aire y que sean otros quienes se deban esforzar en desmentirla.

En fin, no sé qué casa habitó Jesús de Nazaret durante su infancia, ni siquiera sé si ello es realmente relevante para la Historia, pero parece claro que pudo haber sido en esa cueva nazarita o en la de la esquina.

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