Francisco de Goya, maestro de la pintura, visionario del horror y el símbolo, fue también un hombre complejo, contradictorio, íntimo y profundamente humano. En mi novela El infante de la sonrisa triste, el propio Goya protagoniza una escena que ha generado más de una pregunta por parte de los lectores: “¿Insinúas que Goya era homosexual?”
No hay respuesta única. Lo que hay son cartas, gestos, símbolos y silencios, y una relación tan intensa con su amigo Martín Zapater que ha sido analizada desde múltiples perspectivas. Este artículo nace de esas preguntas de los lectores, del respeto a todas las formas del afecto humano y del deseo de explorar lo que la Historia oficial a menudo dejó entre líneas.
¿Amistad o amor? La correspondencia entre Goya y Martín Zapater
Martín Zapater y Clavería fue el mejor amigo de Goya desde la infancia. Ambos se conocieron en Zaragoza, donde compartieron pupitre en las Escuelas Pías. La correspondencia entre ambos —más de 120 cartas escritas a lo largo de décadas— es uno de los documentos más íntimos y reveladores que conservamos del pintor aragonés.
En esas cartas hay bromas, recuerdos, reproches… pero también declaraciones apasionadas, símbolos eróticos y confesiones que no pueden leerse hoy sin reconocer un nivel de intimidad que sobrepasa la amistad tal como se entiende convencionalmente.
Por ejemplo, en una carta fechada el 10 de noviembre de 1790, Goya sustituye la cruz habitual de despedida por un corazón anatómico con llamas, algo extremadamente inusual en la correspondencia masculina del siglo XVIII. En otra misiva, del mismo mes, dibuja un pene erecto, acompañando un comentario entre burlesco y provocador
Y escribe cosas como:
“El mayor bien de cuantos llenan mi corazón, acabo de recibir la inapreciable tuya; sí que me avivas mis sentidos con tus discretas y amistosas producciones, con tu retrato delante me parece que tengo la dulzura de estar contigo, ay mío de mi alma…”.
Hoy en día, estas frases podrían ser leídas como declaraciones de amor. En su contexto histórico, son inusualmente emocionales, incluso para una amistad intensa.

La interpretación académica: afecto, ambigüedad y «amitié amoureuse»
La historiadora del arte Manuela Mena, una de las mayores especialistas en Goya, ha hablado abiertamente de esta relación como una posible “amistad amorosa”, un concepto que existía en Francia y otros países ilustrados del XVIII para describir relaciones que estaban entre el afecto fraternal y el deseo romántico.
Según Mena, no hay pruebas definitivas de una relación homosexual entre Goya y Zapater, pero tampoco hay argumentos para descartarla. Lo que sí hay es una afectividad radical, intensa, cargada de símbolos que hoy leeríamos con otros códigos. Y eso ya es suficiente para entender que Goya, como artista y como ser humano, vivió en una zona emocional ambigua, tan rica como su obra pictórica.
El periodista Marcos Ondarra, en un artículo publicado en El Español, lo resumía así: “Las cartas entre Goya y Zapater son, si no la prueba de un amor romántico, sí una demostración de una relación que traspasa los límites habituales del siglo XVIII.”
Lo que dice El infante de la sonrisa triste
En El infante de la sonrisa triste, novela ambientada en la España ilustrada de finales del siglo XVIII, Goya aparece como un personaje secundario, pero cargado de simbolismo. Su aparición es breve, y tiene que ver con sus estancias de verano en el placio de La Mosquera de Arenas de San Pedro (Ávila), donde el infante Luis ANtonio de Borbón tenía una pequeña corte ilustrada. Allí pintó algunos retratos que al poco le abrieron las puertas de las principales casas nobles de España. La cuestión es que Goya hace buenas migas con el protagonista del a novela y en un momento, se deja entrever ciertas inclinaciones sexuales en el pintor. No afirmo en la novela que Goya fuera homosexual. Pero dejo la puerta entreabierta. Porque eso es lo que hace la novela histórica cuando no se dedica a adoctrinar, sino a explorar lo que la historia oficial silenció.
Muchos lectores me han escrito preguntando si esa escena era “una licencia” o si tenía base real. Y la respuesta es: ambas cosas. Como escritor de ficción histórica, me interesa el lugar donde los hechos documentados y lo emocionalmente verosímil se rozan. El territorio donde la historia puede ser no solo contada, sino imaginada con honestidad.
El valor de mirar con otros ojos
Hablar de la posible bisexualidad o homosexualidad de un icono cultural como Goya no es frivolizar su figura, sino enriquecerla. Es comprender que los grandes personajes de la historia -ni el de nadie, en realidad- no se construyen desde los estereotipos. La literatura, y en especial la novela histórica, tienen la virtud de poder sugerir libremente cuestiones que en otros medios no tendrían cabida, de adentrarse en las zonas zonas grises, en los espacios que la Historia -o los que la escribieron- quiso callar.
No se trata de reescribir la historia para adaptarla a un contexto actual, sino de reconocer que la diversidad siempre ha estado ahí, aunque se haya ocultado bajo nombres como “amistad intensa”, “camaradería” o “devoción fraternal”. Al fin y al cabo, si en algo destacó Goya, además de su genio pictórico, fue en no encajar en moldes. Fue republicano en tiempos de monarquía, fue crítico con el clero en plena Inquisición, afrancesado, liberal… fue testigo y denunciante de horrores que otros callaban. ¿Por qué no podría haber amado también en silencio, desde la ambigüedad?
Quizás nunca lo sabremos. Pero la pregunta es legítima. La literatura puede y debe hacerse esas preguntas. Porque a veces, la verdad histórica no está en los hechos, sino en la posibilidad.


Nota: Este artículo se basa en interpretaciones de la correspondencia entre Francisco de Goya y Martín Zapater. Las opiniones y conclusiones pueden variar entre los estudiosos y no existen pruebas definitivas sobre la naturaleza exacta de su relación.