Por qué mis novelas tiene (casi siempre) 100.000 palabras

Si alguna vez te has preguntado cuánto debería durar una buena novela, te traigo una respuesta clara: unas 100.000 palabras. Ni más ni menos. Es la extensión justa para que una historia respire, se desarrolle y —muy importante— no te suelte a mitad de camino ni te agote al final.

No lo digo como editor ni como teórico literario (que no lo soy), sino como lector empedernido y como autor de novela histórica que ha aprendido, a base de ensayo y error, cuál es el punto exacto en el que una historia cobra vida.

Ni corta como un cuento, ni eterna como una saga

Cuando escribo, me esfuerzo por crear una ficción histórica rigurosa pero viva, donde los personajes no solo hablen, sino que vivan. Y eso no se logra en 60.000 palabras. Pero tampoco hace falta escribir el Quijote cada vez.

Con 100.000 palabras, una novela tiene el tiempo justo para mostrarte un mundo —ya sea la frontera norte de Nueva España o las intrigas del Real Sitia de San Ildefonso ilustrado—, sin perderte en descripciones eternas ni correr para llegar al final. Cabe el suspense, el detalle histórico, el conflicto humano… y, sobre todo cabe un lector que no tenga prisa pero que no se aburra.

Aprenderlo me costó una novela (literalmente)

Esto no lo supe desde el principio. Lo aprendí escribiendo. Y releyendo. Y, sobre todo, escuchando a los lectores. Con Por el honor de los vacceos me quedé corto. Demasiado corto. Sentí que la historia tenía más que contar, que algunos personajes necesitaban más espacio para respirar. Esa experiencia me dejó claro que una novela necesita cuerpo. Desde entonces, siempre intento que lo tenga.

  • Por el honor de los vacceos: 43.000 palabras (Confieso: me quedé corto. La historia necesitaba más aire.)
  • El infante de la sonrisa triste: 135.000 palabras (Demasiado generoso… hoy habría recortado algunas escenas. Aun así, le tengo mucho cariño y creo que es una novela magnífica).
  • El alquimista entre las fuentes: 105.000 palabras (Aquí acerté. Justo lo que necesitaba.)
  • Cíbolo: 115.000 palabras (La frontera norte de Nueva España daba para mucho… y aún me dejé cosas fuera.)

Contra el exceso de épica por volumen

Hay una tendencia curiosa (y algo peligrosa) en el mundo de la novela histórica actual: pensar que cuanto más larga, mejor. Como si el grosor del libro garantizara el rigor, la emoción y el prestigio. Y claro, nos encontramos con las novelas que nos encontramos…

No digo que no haya historias que justifiquen 1.200 páginas. Las hay. Pero otras parecen empeñadas en contarte el menú de cada personaje desde que nació. Yo, como lector, agradezco que me cuenten lo importante sin obligarme a recorrer medio siglo para entender un gesto. Y como escritor, prefiero pensar que escribir también es saber cortar a tiempo.

Una historia con cuerpo… y sin grasa

Uno de los retos de escribir novela histórica es encontrar el equilibrio: contar una buena historia sin que la historia (con mayúscula) la ahogue. 100.000 palabras permiten documentar sin abrumar, emocionar sin exagerar y dejar que cada escena respire. No se trata de llenar páginas, sino de darle a cada página un propósito.

Como lector, seguro que lo has notado más de una vez: esas novelas que te enganchan, que te sumergen en otro tiempo sin necesidad de mapas, apéndices ni diccionarios. Las que terminan cuando toca. Pues bien: suelen rondar esas cifras.

Porque sí, el tamaño importa (cuando hablamos de novelas)

En este blog —y en mis libros— no encontrarás dogmas ni recetas mágicas. Pero si algo he aprendido escribiendo es que el número de palabras no es un capricho. Es una forma de respetar tu tiempo como lector.

Si te acercas a mis novelas buscando aventura, historia y personajes que no olvides al cerrar el libro, que sepas que cada una ha pasado por esa criba. Y sí, casi todas acaban teniendo alrededor de 100.000 palabras. No por superstición. Por eficacia narrativa.

¿Y tú? ¿Lo habías notado?

Quizá nunca te habías parado a contar palabras. Ni falta que hace. Pero si alguna vez, al terminar un libro, has sentido que era justo lo que tenía que ser —ni más largo, ni más corto—, puede que también tuviera esas mágicas 100.000.

¿Puedes contar una gran historia en menos de 100.000 palabras? Claro.
¿Puedes mantener el interés durante 300.000? También, si eres un genio o Ken Follet.
Pero si buscas ese equilibrio entre narración, tensión, profundidad y ritmo, mi apuesta personal está en las 100.000 palabras.

Y como no quiero que este artículo se me alargue a lo infumable, termino aquí.
Con 691 palabras.

Solo me quedan 99.309 para mi próxima novela.

Comparte el artículo en...

Facebook
Twitter
Email
WhatsApp
LinkedIn