(Actualizado a 28 de octubre de 2021)
Fijaos cómo los súbitos cambios en la Historia hacen que cuestiones triviales, como puede ser la devolución de unas piezas arqueológicas prestadas para una exposición temporal, se transformen en un complejo problema para la diplomática internacional.
El Museo Allard Pierson, con una buena colección arqueológica y dependiente de la Universidad de Ámsterdam, alberga desde el 7 de febrero y hasta el 18 de agosto una exposición en torno a la histórica función de las tierras de Crimea como puente comercial durante siglos entre Europa y Asia. Con el título Crimea: oro y secretos del mar Negro, la muestra presenta diversas antigüedades procedentes de cinco museos ucranianos, cuatro de ellos ubicados en Crimea, entre las que se pueden encontrar desde una caja lacada china coetánea del Imperio romano, hasta impresionantes objetos de oro, reflejo de la rica historia de esa región de escitas, hunos y godos.
La exposición es interesantísima, la verdad, pero lo que de repente la ha puesto en el candelero has sido un no pequeño dilema legal e incluso ético: la mayor parte de las piezas se cedieron desde una Crimea ucraniana y ahora se devolverán a una Crimea rusa. Ucrania y Crimea reclaman las piezas y la Universidad de Ámsterdam ha tenido que pedir cobertura al mismo gobierno holandés para tomar una decisión al respecto. Existe un temor muy palpable de que las piezas acaben en el Hermitage de San Peterburgo ―que ya posee una buena colección escita―, y aunque el propio museo aseguró que esas piezas devueltas permanecerán en Crimea, un pequeño matiz de su comunicado oficial vino a enredar aún más las cosas y a sembrar un cierto recelo, al expresar que si bien éticamente las piezas debían regresar al museo del que salieron, legalmente, el dueño sería el Estado del territorio que las cedió. El gobierno ruso, después, solicitó el retorno de las piezas a Crimea según el procedimiento legal que se considere más apropiado.
Por su parte, el Ministerio de Cultura ucraniano, como principal negociador para permitir la salida de las piezas primero a Bonn y luego a Ámsterdam, declaró que esperaban la llegada de las piezas a Kiev; mientras, el director del Museo de la Tárida (Simferópol, Crimea) venía a decir lo mismo.
Y, entre tanto, el pobre museo holandés, que no sabe por dónde salir, se ha defendido alegando que no tienen intención de quedarse con nada, pero que no saben a quién devolvérselo, mientras asuntos exteriores intenta dar con una solución legítima para este embrollo diplomático. Y es que la cuestión es peliaguda, habida cuenta de que la comunidad internacional no ha reconocido la legalidad del referéndum que estableció el cambio de soberanía de Crimea, si las obras se devolvieran a Crimea, se podría considerar que Holanda ―y por extensión la Unión Europea, podría entenderse― reconoce el nuevo status quo. Europa parece preferir la devolución a Ucrania, EEUU opta por una salida apaciguadora y diplomática, y Rusia, evidentemente, exige que las piezas regresen a Crimea.
Actualización 7/7/2014
Y el culebrón continúa sin solución.
Los museos de Crimea de donde salieron las antigüedades han enviado solicitudes formales, por intermediación de una compañía jurídica internacional contratada por el Ministerio de Cultura ruso, a los Países Bajos para que sean devueltas al mismo sitio del que salieron. Mientras, Kiev insiste en que si esas piezas partieron de territorio ucraniano, a territorio ucraniano, y no ruso, deben regresar, y un profesor de derecho internacional ruso, Yuri Maléev, opina que ya que las piezas se descubrieron con anterioridad a 1954, año en que Crimea pasó a formar parte de Ucrania, los artefactos arqueológicos son, en rigor y sin ninguna duda, rusos, y que su entrega aliviaría las crispadas relaciones entre Rusia y Ucrania.
Mientras, el gobierno holandés se lava las manos y dice que quien debe tomar la decisión de a qué país devolver las piezas corresponde a la Universidad de Ámsterdam, propietaria del museo Allard Pierson, que tan asombrosamente se ha visto envuelto en este dilema diplomático. El museo, que ha prolongado la muestra hasta el 1 de septiembre, dice que dará una respuesta a finales del verano, o lo que es lo mismo: que lo tiene que consultar con la almohada.
Actualización 26/8/2014
Bueno, pues no han dejado pasar el verano los del museo Allard Pierson, pero tampoco han conseguido tomar una decisión concreta sobre a quién van a devolver las piezas de la exposición temporal. Tras una minuciosa investigación que «no ha permitido al museo tomar una decisión y respaldar la reclamación de una de las dos partes en concreto», la institución ha decido que las antigüedades permanecerán en tierras neerlandesas hasta que Ucrania y Crimea/Rusia lleguen a un acuerdo o bien exista un fallo judicial firme sobre tan espinosa cuestión.
Por su parte, Rusia insiste en que si las piezas salieron de cinco museos de Crimea, a Crimea deberían regresar; mientras, Ucrania sostiene que por cuanto las piezas fueron prestados antes de la anexión y por lo tanto los museos eran ucranianos aún, su propiedad les corresponde a ellos.
No podemos negar que la diplomacia internacional está repleta de decisiones incomprensibles e ilógicas, como tristemente ha demostrado a lo largo de la historia, pero hoy por hoy, y sin entrar en valoraciones territoriales, me parece que los argumentos de Ucrania son un tanto insostenibles. Olvidemos Estados y centrémonos en pueblos: las piezas retenidas en Holanda pertenecen al Patrimonio Cultural crimeo y allí deben regresar y permanecer, independientemente de que ese territorio se integre en Ucrania o en la Federación Rusa. Lo que sería inaceptable, en cualquier caso, sería el traslado de las obras al Hermitage o a cualquier otro museo ruso, como parece que eran las intenciones iniciales. Y es que Rusia, en este sentido, nunca ha sido muy de fiar.
Actualización 18/12/2016
El entuerto parece disiparse para Holanda y para el problema diplomático que les ha creado la piezas procedentes de varios museos de Crimea y de Kiev, aunque todo parece indicar que no va a acabar aquí. Y es que los jueces holandeses, amparados en la Convención de la UNESCO de 1970 contra el tráfico ilegal internacional de Patrimonio Cultural, y que Holanda suscribió en 2009, entienden que las piezas deben de regresar al Estado soberano que las cedió en su momento, es decir a Ucrania. Ahora se genera una situación extraña, pues efectivamente fue Ucrania quien cedió las piezas, pero esas mismas piezas que forman parte del Patrimonio Cultural de Crimea van a quedar fuera de ese histórico territorio del mar Negro y los museos que las cedieron perderán una parte fundamental de sus colecciones. Pero, claro, el problema esencial residía en que las piezas no se podrían devolver directamente a Crimea por no ser un Estado soberano, sino que habría que entregárselas a Rusia, que se anexionó de forma dudosamente legal esa región ucraniana, y eso, sinceramente, sería aún más estrambótico, porque en ese caso tampoco existía garantía alguna de que los museos crimeos recuperasen su colección. Me da la impresión de que los jueces han tomado la decisión menos dañina a nivel internacional, y Holanda se puede deshacer de esta patata caliente. Eso sí, Ucrania deberá abonar 100 000€ en concepto de gastos jurídicos y los derivados de la protección de las piezas durante tres años, que han alcanzado el medio millón de euros y que ha soportado estoicamente el Allard Pierson Museum.
(Actualización 28/10/2021)
Se firma, finalmente, lo que parece un punto y final a este asunto que he seguido con gran interés. El Tribunal de Apelación de Ámsterdam ha determinado que el oro de los escitas debe regresar a Ucrania. Esta resolución invalida las últimas apelaciones que habían presentado unos cuantos museos crimeos «neutrales».
La verdad es que, salvando las cuestiones políticas, no sabría decir si es la mejor solución o no, porque en rigor Crimea pierde una piezas clave de su historia. Pero, claro, entregar a Rusia unas piezas arqueológicas que fueron cedidas por Ucrania no dejaría de ser algo un poco raro. Eso sí, los holandeses se han quitado de encima, por fin, un problemón diplomático.