La ofensiva Agatha Christie

En los últimos tiempos, ha surgido un acalorado debate acerca de la censura de obras literarias antiguas. Clásicos como Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, o las novelas de Agatha Christie han sido objeto de críticas y cuestionamientos debido a su contenido, considerado ofensivo por algunos. No es posible negar que efectivamente grandes obras de la literatura son xenófobas, machistas, racistas u homófobas, pero la cuestión es si en pleno siglo XXI esas palabras deben ser cesuradas o forman parte de un legado literario intocable.

No quiero sentar cátedra en estas cuestiones (además, no sería capaz de hacerlo), pero entiendo que las obras literarias y su lenguaje son fruto de su contexto cultural, de su época, de las circunstancias que rodean su creación, y por lo tanto son un excepcional documento para entender cuestiones tan fundamentales como las mentalidades y los valores del momento en que se crearon. ¿Eso por si solo hace que esos valores deban ser respetados a título personal de cada lector? Absolutamente, no. Que una obra literaria refleje unos valores concretos no implica que yo como lector necesariamente deba asumirlos, comprenderlos o ni siquiera respetarlos. No puedo compartir un pensamiento racista inserto en una obra literaria, pero debo observar su valor como reflejo de la época en que fue escrito. Si prescindimos de eso, perderemos parte de nuestra capacidad para entender cómo han evolucionado las sociedades, cómo los europeos blancos nos hemos expresado artísticamente (sí, también a través del cine, de la pintura…) desde una pretendida superioridad racial, moral o religiosa. Si censuramos algo que efectivamente es censurable, nos arriesgamos a falsear la historia, a negar que los negros del sur de Estados Unidos han sufrido un racismo atroz o que los judíos han sido tradicionalmente despreciados en casi cualquier expresión artística nacida de una mente creadora de tradición cristiana.

Es imprescindible, obligatorio recordar que las obras literarias son producto de su tiempo y lugar y como tales reflejan las realidades de su época. Claro que muchas de sus ideas pueden resultar incómodas para el lector actual (o para tipos que no han abierto un libro en su vida, que suelen ser los más ruidosos), pero eso no es suficiente argumento para censurarlas. Si lo hacemos perderemos la capacidad de discernir el bien del mal, de negar las terribles injusticias que se han cometido a lo largo de la historia. El que una novela del siglo XIX desprecie a una persona por su homosexualidad es una lección impagable. No debe ocultarse la histórica persecución homófoba que aún perdura en amplias regiones del planeta (ahí tenemos esa terrorífica ley antigay de Uganda, por ejemplo); si alteramos ese concepto para que alguien no se sienta ofendido estaremos cometiendo un grave error, estaremos participando de la misma discriminación al negar una realidad tangible que se puede casi tocar con las manos al recorrer las páginas de un libro.

¿No es más sano dialogar en torno a esa ideas que tanto parecen incomodar a muchos? ¿No es más interesante reconocer la segregación racial que reducirlo todo a eliminar la palabra «nigger» de Matar a un ruiseñor? Personalmente prefiero leer las obras tal cual se escribieron. La censura o la reescritura es un ejercicio absurdo y ridículo que entraña además un peligroso precedente contra la libertad de expresión. Si comenzamos a suprimir o prohibir cualquier obra que contenga elementos que puedan resultar ofensivos o problemáticos, estaremos limitando la diversidad de perspectivas y voces en la literatura.

Hay escritores contemporáneos cuyas ideas escritas me causan incontenibles arcadas, me repugnan. ¿Sabéis cuál es mi truco?: No compro sus novelas, no leo sus entrevistas, no me interesan ni como autores ni como personas, pero jamás se me ocurriría promover su censura. La literatura ha sido históricamente un espacio para el debate y la crítica social, y debemos proteger esa libertad en lugar de restringirla.

En mis novelas, tratándose de novelas históricas, abordo el periodo que me ocupe en cada obra intentando sumergirme de la forma más profunda en la época que trato, y si a un personaje se le desprecia y sufre persecución por parte de otros personajes por su condición sexual, por su raza o por su clase social no significa que este pobre autor piense de esas maneras, no seamos tan banales, simplemente estoy poniendo ante el lector unas circunstancias históricas basadas en los hechos. Unas circunstancias que personalmente me parecen terribles y que espero que algún día logremos superar en beneficio de la diversidad y de la propia supervivencia de nuestra especie.

¿Los personajes no blancos de las novelas de Agatha Christie están definidos vagamente y a través de estereotipos? Sí.

¿La sociedad británica de ese momento era racista? Mucho.

¿Eso es razón suficiente para que un lector del siglo XXI sea de la raza que sea se pueda sentir ofendido? Por supuesto que sí.

¿Debemos censurar una obra literaria por ello? No. De hacerlo, estaremos mirando la historia con un ojo cerrado, estaremos negando realidades injustas y discriminatorias y ocultándoselas a nuestros hijos bajo una falsa apariencia de atención a la diversidad que en realidad esconde un profundo espíritu reaccionario.

 

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