La novela histórica lleva ya muchos años disfrutando una auténtica edad dorada. En realidad, desde que Walter Scott (1772-1832) sentara las bases de este subgénero narrativo, ha tenido altibajos, pero siempre ha conservado un nutrido número de lectores -casi tan abundante como el que jamás leerá novela histórica-.
Como escritor de novela histórica o de ambientación histórica -que no es exactamente lo mismo, como puedes leer en esta otra entrada del blog – y como lector de este género, creo que son varias las razones por las que es necesario, entretenido y hasta saludable leer -al menos de vez en cuando- novela histórica:
- Porque es una oportunidad entretenida de aprender cosas sobre periodos históricos más o menos lejanos.
- Porque permiten acceder a detalles de la vida cotidiana que no suele contarse en los libros de historia.
- Porque ayudan a profundizar en nuestro pasado y comprender por qué las cosas sucedieron como sucedieron.
- Porque las historias personales de los protagonistas nos sirven para comprender episodios históricos complejos de una forma sencilla.
- Porque algunas buenas novelas históricas nos sirven para comprender el presente.
- Porque con ellas se puede entender que la naturaleza humana en realidad ha cambiado muy, muy, muy poco a lo largo de la historia. Cambian las vestiduras, los gobiernos, la comida, las armas… pero en el fondo somos muy iguales.
- Porque no deja de ser una novela y como tal -como en cualquier otra buena novela- en ella se puede encontrar una experiencia de disfrute personal inigualable.
- Porque no existen diferencias sustanciales entre este subgénero y una novela «normal» y, desde luego, no es un género menor, y si no solo tienes que echar un vistazo a Miguel Delibes y El Hereje o a Umberto Eco y El nombre de la rosa.
En definitiva, si te gusta la novela, no veo ninguna razón para que no te guste la novela histórica.
Sin embargo, soy conciente de que hay muchos lectores que huyen de la novela histórica como de la peste, los mismos, posiblemente, que nunca leerán este post. Tranquilidad, no pasa nada. Es una simple cuestión de gustos. Igual que quien escucha hard rock nunca disfrutará del reggaeton y viceversa, hay muchos lectores aficionados a ciertos géneros que no leerán novela histórica. Es una simple cuestión de preferencias literarias y personales. Una persona poco interesada en la Historia posiblemente tampoco encontrará la novela histórica de su interés.
No me molesta que haya quien no lea novela histórica nunca, ¿cómo iba a molestarme?, pero sí siento cierta picazón cuando algunos defectos del género se hacen extensibles a la totalidad de las obras del mismo: son novelas lentas, demasiado descriptivas, no se logra conectar emocionalmente con los personajes… Os garantizo que somos muchos los autores que huímos de esos errores, por más que haya quien siga cometiéndolos. Sin ir más lejos, Santos Aguña, el prota de mis dos últimas novelas (El infante de la sonrisa triste y El alquimista entre las fuentes), podría ser perfectamente un detective del Nueva York de los años treinta o un personaje de un thriller actual. ¿Por qué? porque yo también odio las novelas históricas-tostón.