Mucho se habla sobre novela histórica y los teóricos vienen tiempo dándole vueltas a la cuestión, quizás porque parece haberse creado un cajón de sastre para meter bajo esa etiqueta un buen número de subgéneros y obras que no se sabe muy bien cómo catalogar. Asumiendo que el propio término “novela histórica” ya es una abstracción técnica, como sostienen algunos autores, soy partidario de la libertad creativa, absolutamente, y creo que deberíamos hablar sencillamente de narrativa en vez de dejarnos llevar por esa manía enfermiza de definir todo, de englobarlo en categorías más o menos definidas. De hecho, son muchas las novelas históricas que trascienden esa propia definición para alzarse como novelas universales.
Pero, claro, el asunto es algo más complejo, y aunque yo proponga y practique la lejanía de las etiquetas, la realidad es que ni siquiera el término “novela histórica” es unitario. Así, si deseamos ser puristas, deberíamos al menos distinguir entre estos tres tipos de “novela histórica”:
a) Novela histórica (tal cual)
Es aquella obra de ficción que recrea un tiempo histórico, pero en la que algunos de los personajes e incluso los hechos que relata no son ficticios.
b) Novela de ambientación histórica
En este caso, los personajes y la acción son ficticios, aunque se localicen argumentalmente en un periodo histórico concreto. Aquí podríamos incluir el subgénero de novelas de aventuras, al modo de las de Alejandro Dumas, por ejemplo.
c) Historia novelada
Se trata de un libro de Historia tratado como si se tratase de una novela, con sus estrategias. Es decir, no hay espacio para la ficción y el rigor histórico debe ser el que corresponde a cualquier monografía de carácter histórico. No obstante, personalmente, me parece un ejercicio literario que al estar entre dos aguas no satisfacerá al lector de novelas ni al historiador.
Los comienzos de la novela histórica
Ya en el siglo XVIII, con buena dosis de moralina ilustrada, se publicaron las primeras obras que podrían considerarse “históricas”, entre las que destacan las escritas por la alemana Benedikte Naubert (1752-1819), una escritora de cuentos y relatos fantásticos centrados, especialmente, en la tradición mitológica europea, que también desarrolló novelas históricas. Su estilo algo ingenuo y el anonimato estricto que profesó durante su vida hicieron que durante décadas fuese una auténtica desconocida en la Historia de la Literatura, incluso de la alemana, hasta el redescubrimiento de su obra a finales del siglo XX. Su primera novela fue Historia de Emma, hija de Carlomagno (1785), y parece que algunas de sus obras fueron conocidas y leídas por algunos escritores coetáneos o algo posteriores, incluido Walter Scott (1771-1832), quien es considerado universalmente padre de la novela histórica. Para ser justos, la madre debería ser la olvidada Benedikte.
Hubo de llegar el Romanticismo para que el género alcanzara su mayoría de edad. Y no, no fue la famosa Ivanhoe (1819) la primera novela de Scott, sino Waverley (1814), una novela ambientada en la primera mitad del siglo XVII en el marco de las guerras entre ingleses y escoceses, durante las que el protagonista que da título a la obra intenta dirimir el conflicto que le supone sentirse parte de ambos bandos (e incluso tener un amor en cada uno de ellos).
Muy pronto este tipo de género alcanzó gran popularidad debido sobre todo al nacionalismo que imbuía el relato y la exaltación (patriótica) del pasado, todo ello en el marco de un tiempo cambiante y confuso como eran los comienzos del siglo XIX, en que las cosas estaban cambiando, para algunos, demasiado deprisa. Fueron los años de éxito de Victor Hugo, Manzoni, Fontane, Pushkin, Tolstoi, Cooper, Sienkiewicz… que alumbraron obras maestras de la literatura universal.
Por suerte, la novela histórica se había hecho fuerte cuando hizo aparición un nuevo movimiento cultural que impregnó todos los aspectos de las artes: el Realismo. El género histórico se siguió desarrollando y grandes autores se sumaron a él, como Gustave Flaubert. Desde entonces, solo se puede hablar de una larga carrera de éxitos editoriales.
Vale, pero cuándo una novela es histórica
Actualmente, el género admite en su regazo a obras que en rigor tal vez no pudieran ser consideradas “históricas”. Y, sinceramente, no me parece mal. De hecho, si fuéramos rigurosos en exceso deberíamos plantearnos cuestiones como a partir de qué periodo de ambientación se puede hablar de novela histórica. Dicen los que saben de esto que para poder hablar de novela histórica la acción debe recrear un «pasado preferentemente lejano». Bueno, esto no nos ayuda demasiado, y habrá quien sostenga que una novela cuya acción transcurre en la guerra civil española podría ser en cierto modo histórica. Propongo que, igual que sucede en Arqueología, una novela pueda ser considerada histórica si han transcurrido cien años desde la ambientación histórica a la que recurre al autor, criterio que se aplica a unos restos para que éstos puedan ser tratados como arqueológicos. Quizás ese tiempo transcurrido entre la época que se recrea y la que vive el autor permita crear una novela con mayor objetividad, pasada su trama por el tamiz del paso del tiempo y liberada de prejuicios interpretativos.
En un ejercicio personalísimo, y tomando ideas de muchos estudiosos, creo que una novela para ser considerada histórica debería tener al menos estas cinco características (para cuestiones de más calado, puedes leer este artículo):
- Compartir las técnicas narrativas de la novela. Si no lo hace es será otra cosa, pero no novela. El novelista histórico es eso, un novelista, no un historiador.
- Intención de recrear un momento histórico. Y hacerlo además con soltura, no introduciendo datos históricos sin demasiado esmero.
- Rigor histórico. En ese sentido es importante tener siempre presente que se está realizando una interpretación de la Historia bajo la visión personalísima del autor, y eso puede afectar a hechos y personajes.
- Convivencia de la ficción y los datos históricos. No olvidemos que una novela histórica es y siempre será considerada un texto de ficción.
- Existencia de un espacio generoso de tiempo entre el momento en que el autor escribe y la época que recrea (¿100 años? ¿70, como hizo Walter Scott en su primera obra?). Personalmente, creo que una novela sobre la guerra civil española o la segunda guerra mundial no es histórica (aún).