<<¡Jaque mate!>>, así es como se define la situación de muchas industrias culturales. Las cifras de negocio del último año son dramáticas, se están cerrando empresas cada día, se está destruyendo empleo. Las dos piernas de esto que se llama «industrias culturales» -y que abarca a muchísimos otros sectores de menor poder económico-, a saber, el cine y los libros, renquean desde hace tiempo debido a que los españoles gastamos menos dinero -y en cultura en particular- o, dicho a las bravas, a que hemos perdido poder adquisitivo, a que incomprensiblemente se han incrementado los impuestos, a que las descargas libres en internet siguen haciendo daño… Es el momento de instaurar con urgencia la excepción cultural según el modelo francés: la cultura no es un bien de primera necesidad -¡ojala lo fuera!- ni un entretenimiento ni un lujo, la cultura es alimento del espíritu, es enriquecimiento personal y comunitario, es adquisición de valores sociales, de convivencia, de igualdad, de estudio, de progreso… Cultura es mimar a los museos como sagrados centros de conocimiento, es proteger las bibliotecas, es promover la edición de nuevas obras literarias y facilitar su adquisición, es disfrutar con un concierto de rock o de la danza o de la ópera, es participar del conocimiento del Patrimonio Cultural, es intentar que nuestros artesanos vivan dignamente, que diseñadores y artistas tengan posibilidades reales de desarrollo, que no se sigan cerrando cines, que los teatros sigan vivos…
Por eso no está de más recordar las palabras que pronunció recientemente (mayo de 2013) en un congreso internacional sobre cultura celebrado en China, la directora general de la Unesco, la búlgara Irina Bokova: «la cultura crea empleo, especialmente en momentos difíciles». La Unesco pretende incluir la cultura en los marcos políticos de la ONU para el desarrollo humano y presentar los resultados del encuentro en China a la Asamblea General en Nueva York y al Consejo Económico y Social en Ginebra para que la iniciativa se incluya en los nuevos Objetivos del Milenio que serán actualizados a partir de 2015: « Estamos entrando en una fase muy importante, yo diría que histórica, del debate sobre el desarrollo de la Humanidad». Bokova destacó que en los últimos años «las industrias culturales en muchos países han contribuido mucho a sobrellevar la crisis económica y social» y destacó el caso de Finlandia: «Yo hablé recientemente con el presidente de Islandia, porque Islandia estaba entre los primeros países que entraron en esta fase de crisis, y le pregunté: cuál fue la primera decisión de usted, señor presidente, después de la crisis […] Y él me dijo: construir una sala de conferencias y conciertos, de música, de cultura, porque eso moviliza toda la fuerza nacional para superar las dificultades económicas y sociales».
«La cultura moviliza», concluye Bokova: «La cultura crea empleos, especialmente en momentos difíciles […] En muchos países, en casos de posconflicto (bélico o civil), la cultura ha ayudado mucho a la reconciliación». Y acababa con un hermoso ideario: «No es solamente que tengamos una voluntad política, sino que es toda una convicción […] Estamos convencidos de que si no tenemos en cuenta el aspecto cultural, el desarrollo sostenible no se puede lograr con éxito».
Sin embargo, hay datos que nos permiten reflexionar y abandonar la idea de trabajadores de la cultura que viven del aire, románticos empobrecidos e ingenuas ratas de biblioteca o de museo, como que en 2011 se consideraba a las industrias culturales como uno de los sectores económicos más dinámicos de la Unión Europea, con 6,4 millones de trabajadores, o que en España generan 41.000 millones de euros y 625.000 empleos (2009), lo que supone casi un 3% del PIB nacional. La cultura además de estar dotada de los valores positivos que todos conocemos -eso quiero creer-, es un recurso económico que hay que valorar como tal. Quizás el problema resida en una concepción nacional de la cultura nefastamente mal entendida: en épocas de crisis, invertir en cultura es tirar el dinero, siempre habrá cuestiones más estratégicas. Formo parte de ese grupo de 600.000 trabajadores españoles de industrias culturales, y, sinceramente, cuando se recorta en cultura no se está hablado de cerrar un teatro o dejar de programar exposiciones temporales. Detrás de cada proyecto cultural hay un amplio equipo multidisciplinar, compuesto de mucha más gente de lo que de común se cree, que como tantos otros profesionales cada día se levantan dispuestos a partirse la cara por unas condiciones laborales que, además, suelen ser precarias. Puedo admitir que no haya interés social por la cultura, que sea algo minoritario, pero no puedo entender que se maltrate gratuitamente a un sector que ha demostrado ser dinámico, activo y rentable social y económicamente.
Fuente: 20minutos.