Recientemente hemos tenido constancia de algunos proyectos museísticos que se han puesto en marcha o en los que se está trabajando, que, lo confieso, me han sorprendido. En julio de 2013 se tiene previsto inaugurar un museo en Buenos Aires en honor del nuevo papa, Jorge M. Bergoglio. La base de la colección la conforman objetos que utilizó durante los quince años como cardenal de la ciudad y parece que todo esto responde a que, desde su proclamación como sumo pontífice, la catedral metropolitana se ha convertido en un auténtico centro de peregrinación de fieles, turistas y curiosos. Esta actuación vendrá a completar a otra ya activa denominada «Papatour», un itinerario turístico por la casa natal del papa Francisco y otros barrios y lugares que frecuentó o habitó.
Por otro lado, en China, donde se ha desatado una auténtica fiebre museística que ha hecho que sólo en 2011 se inauguraran 390 nuevos museos, se están poniendo en marcha proyectos de todo tipo. Y uno de ellos -abril 2013- es el dedicado a la figura del fallecido Juan Antonio Samaranch, el que fuera presidente del Comité Olímpico Internacional. Se encuentra en la norteña ciudad de Tiankin y es el museo más ambicioso dedicado a un extranjero en todo el país. Dicen que así agradecen en China el vital apoyo que Samaranch realizó a la consecución de los juegos de Pekín de 2008. El espectacular edificio muestra 16.000 objetos personales de Samaranch: medallas y trofeos, muebles de su casa, ropa deportiva, cuadros, fotos de familia, frascos de colonia que usó en vida…, hasta la reproducción de su despacho en el COI.
El papa es el líder espiritual de millones de personas en el mundo y a Juan Antonio Samaranch se le pueden reconocer grandes logros en el olimpismo, especialmente acabar con el boicot político a los juegos, así que no seré yo quien dude del derecho de gobiernos o ciudades de montar museos a quien les apetezca. Pero, y opinando exclusivamente como profesional que ha trabajo intensamente en el campo de la museografía, no logro discernir el placer, la utilidad o el interés de contemplar objetos cotidianos del papa Francisco o los botes de perfume que usara Samaranch. Otra cosa es que un museo lleve asociado, a modo de homenaje por haber destacado en alguna disciplina, el nombre de un personaje -como sucede, efectivamente, con el Museo Olímpico y del Deporte de Juan Antonio Samaranch de Barcelona-, algo sanamente habitual y ciertamente emocionante en muchos casos.