Shunga: Termino japonés que literalmente significa «imágenes de primavera» (primavera: eufemismo común para referirse al acto sexual) y que se refiere a un género pictórico desarrollado en Japón entre 1600 y 1900 que tiene como tema principal la representación de escenas de contenido marcadamente sexual.
Prohibido por el código penal japonés durante gran parte del siglo XX, el shunga, arte erótico expresado en pinturas y grabados, tuvo una impresionante aceptación durante los siglos XVII al XIX entre todas las clases populares y entre hombres y mujeres por igual. Fue un estilo muy valorado por algunos artistas occidentales, declarados fervientes coleccionistas de shunga, como Toulouse-Lautrec, Beardsley, Degas, Klimt, Van Gogh, Rodin o Picasso, y aún sigue vivo en la cultura japonesa actual en su ascendente sobre el manga, el anime o el arte del tatuaje japonés.
El shunga consiste en la representación de escenas explícitamente sexuales, de brillantes colores y trazadas con preciso detallismo, y es obra de los ilustradores de ukiyo-e («pinturas del mundo flotante») que vieron en la amplia aceptación social de este género un excelente modo de ganarse la vida holgadamente. Aunque sus autores debían vencer el anonimato obligado por algunas prohibiciones con sutiles señales en el dibujo o mediante el uso de sobrenombres, lo cierto es que entre ellos se cuentan algunos de los más célebres ilustradores japoneses de la Historia.
El shunga tiene sus antecedentes en la consideración natural del sexo en la cultura japonesa desde los tiempos más remotos, pues no en vano las principales islas niponas son fruto del coito entre los dioses Izanagi e Izanami, según el mito de la creación de Japón, pero su origen concreto se sitúa en el siglo XVII, cuando la capitalidad se trasladó a Edo (Tokio) y surgió un periodo de prosperidad en el que se desarrolló un movimiento cultural que se dio en llamar ukiyo («mundo flotante») y que fue perfectamente definido en una novela de 1661 de Asai Ryoi: «Viviendo sólo para el momento, saboreando la luna, la nieve, los cerezos en flor y las hojas de arce, cantando canciones, bebiendo sake y divirtiéndose simplemente flotando, indiferente por la perspectiva de pobreza inminente, optimista y despreocupado, como una calabaza arrastrada por la corriente del río». En ese contexto se desarrollaron las estampas a partir de planchas de madera que ilustraban textos budistas, poemarios, libros de viajes…, o lo que acontecía en los barrios donde se concentraba la prostitución, como el de Yoshiwara. El primer shunga fechado es del año 1660 y se trata de un auténtico manual sexual que contiene una referencia a las cuarenta y ocho posturas más usuales y un análisis de las prostitutas de Yoshiwara: características, precio, dónde se las podía encontrar…
Existían varios soportes para disfrutar del shunga, ya fuera en rollos horizontales de alto coste que sólo se podían permitir aristócratas, sacerdotes y samuráis, los álbumes ilustrados impresos mediante xilografías o los libros ilustrados que solían incluir algún relato erótico de los escritores populares del momento, y sus escenas describían relaciones sexuales de todo tipo en las que aparecían comerciantes, samuráis, prostitutas, actores, jóvenes amantes, matrimonios, monjes budistas… y hasta seres mitológicos y animales. Principalmente se trata de escenas heterosexuales en las que hombres y mujeres de genitales exagerados poseen el mismo rol activo. Menos corrientes aunque no extrañas son las escenas de homosexualidad, las de tríos, las de zoofilia (generalmente en forma de parodias), la participación de seres mitológicos o las de mujeres masturbándose. El voyeurismo, finalmente, es muy habitual y suele ser el elemento que otorga a la escena el contenido humorístico del que tanto gusta el shunga.
Como curiosidad, los pechos femeninos raramente poseen un interés sexual con anterioridad a los contactos bélicos con los occidentales. Pues, eso.